Siete tendencias que van a condicionar la seguridad global en 2023

Una polarización social al alza, los vacíos de poder, el riesgo y la oportunidad de la tecnología, crisis que derivan en cambios del modelo económico… El último informe de Prosegur Research analiza a fondo los grandes factores políticos, sociales y económicos que pueden afectar, para bien y para mal, a la seguridad en el año que entra.

2023 va a ser un año muy movido en lo que asuntos de seguridad global se refiere. José María Blanco y Carmen Jordá, manager y responsable, respectivamente, de la unidad de Inteligencia y Prospectiva de Prosegur, han identificado siete tendencias de fondo que es muy probable que se materialicen en los próximos meses. Su análisis viene acompañado de una advertencia previa: no estamos hablando de factores estancos, sino que piezas de un complejo puzle que interactúan y se retroalimentan unas con otras.

1) Poder difuso. Este año prolonga algunos impactos, como la guerra que cortó en seco la recuperación post-pandemia, la crisis energética o la reconfiguración de las cadenas de suministro —la relocalización de trabajos desde Asia a Estados Unidos, por ejemplo—. La persistencia de estos factores se traduce en un mayor nivel de inestabilidad y riesgos: desde la ciberseguridad de los datos a la macroeconomía, la geopolítica renacida con el conflicto, la inseguridad jurídica, la innovación tecnológica del crimen organizado o la desinformación que acentúa el extremismo social. Entre los mayores elementos de fricción geopolítica, destacan la tensión de China y Taiwán, además de una deuda mundial en máximos históricos. Sigue difuminándose el poder estatal en numerosos países, cuyo vacío aprovechan las organizaciones subversivas o criminales.

 

2) Polarización social. Uno de los factores más influyentes y transversales para la inestabilidad de los Estados. Según el Índice de Disturbios Sociales, esta tendencia a la polarización extrema podría eclosionar en 2023 cebada por los discursos de odio y la permacrisis —entendida como la persistencia de una serie de crisis solapadas, como la inflación que podría superar el 6% en el 80% de los países—. Y en todo el mundo, lo mismo en Europa o EEUU que en el Sahel o Lationoamérica. El populismo medra presentando soluciones simples a problemas complejos, aprovecha la desconfianza ciudadana, fundada o no, hacia instituciones o corporaciones, como, por ejemplo, las financieras. Numerosos gobiernos tienden a endurecer los controles e impuestos a las empresas que pueden derivar en inseguridad jurídica y desincentivar la inversión.

Tanto la tecnología como la incertidumbre por las crisis económicas pueden conducir al individualismo y el sálvese quien pueda. Otro efecto emergente es el rechazo al postureo en redes que reivindica la autenticidad, como demuestra la app BeReal.

 

3) Economía de stakeholder. El FMI da por segura la caída en el crecimiento del PIB mundial y una inflación cronificada, lo que plantea con toda crudeza el riesgo de recesión global. En Europa, ese escenario económico de por sí poco halagüeño podría empeorar si continúa la guerra y un invierno crudo agota las reservas energéticas, a diferencia de otras regiones productoras que serán beneficiadas. La situación lleva a una reconfiguración acelerada del mercado energético y a medidas inéditas en países que podrían optar por introducir ajustes en su modelo económico, como límites de precios y nuevos tributos. Incidentalmente, pueden producirse consecuencias positivas como el impulso a la bioeconomía para conciliar innovación, sostenibilidad y crecimiento.

4) Empoderamiento individual y cambio de valores. Este último factor tiene que ver con la mayor participación ciudadana en los asuntos públicos, muy vinculada con el acceso tecnológico a la información. Puede derivar en una reivindicación más atomizada —la división de grandes causas como la ecologista en pequeños grupos— y a la vez radicalizada cuando se conecta con la polarización que interpreta el mundo desde la lógica “nosotros contra vosotros”. Tanto la tecnología como la incertidumbre por las crisis económicas pueden conducir al individualismo y el sálvese quien pueda. Otro efecto emergente es el rechazo al postureo en redes que reivindica la autenticidad, como demuestra la app BeReal.

5) Convergencia tecnológica. Combina varias corrientes como el reajuste de los negocios big tech, la rivalidad tecnológica entre potencias y el interés por la soberanía tecnológica del resto de países. Se consolida la capacidad disruptiva de la inteligencia artificial (IA), pero también su potencial delictivo por ejemplo en el deepfake, como puede suceder con la computación cuántica, las realidades mixtas o el IoT. Esa doble cara de oportunidad y riesgo se ve la asistencia de los datos a las decisiones empresariales mediante el internet del comportamiento, pero también la amenaza de ciberataques y extorsiones cada vez más virulentos en lugares como España o Latam. Adicionalmente, este año veremos el auge de los vehículos no tripulados y los vertipuertos.

6) Salud y bienestar. La demanda de bienestar físico y emocional repunta desde la pandemia y la tecnología responde con un enfoque más preventivo y aplicaciones de autodiagnóstico con inteligencia artificial. Sin embargo, también aumentan los medicamentos con estupefacientes en su fórmula o la medicación en tratamientos psicológicos que derivan en adicciones y el recurso al mercado negro. Otra corriente emocional es la fatiga del bienestar: la preocupación obsesiva por la salud con cuadros de ansiedad o alienación por un uso abusivo de los dispositivos y aplicaciones de cuidado personal.

7) Medioambiente y sostenibilidad. Afirma la ONU que, si Internet fuese un país, sería el sexto más contaminante del mundo. Este dato refleja la paradoja entre la tecnología aliada de la sostenibilidad y su masivo consumo energético. En este sentido, es probable que el activismo verde redoble su presión, o su extremismo, sobre la política y las empresas tanto en proceso de transformación digital como sostenible. También aumentan los delitos ecológicos como el tráfico de madera, las explotaciones ilegales mineras y el riesgo de conflictos como la disputa por el agua.