Empoderamiento inteligente: así cooperan la IA y los seres humanos

Personas y máquinas no tienen por qué competir en escenarios funestos de ciencia ficción. Al contrario, pueden (y deben) cooperar eficazmente. Y la innovación puede tener un formidable efecto, concibiendo la tecnología como una herramienta y no como un fin.

¿Cómo pueden los robots ayudar a los seres humanos a trabajar de manera más productiva, creativa y eficiente? Esta ha pasado a ser en los últimos años una de las preguntas cruciales de la llamada revolución industrial 4.0. Ficciones clásicas como Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936), Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Metrópolis (Fritz Lang, 1927) contribuyeron durante décadas a que viésemos la irrupción en los entornos laborales de máquinas cada vez más sofisticadas y complejas como una amenaza directa a la integridad y la dignidad de los trabajadores. Eran intrusos que venían a deshumanizar nuestras rutinas y a usurparnos nuestros puestos de trabajo.

Sin embargo, el auge reciente de campos como la automatización robótica de procesos (por sus siglas en inglés, RPA) y, sobre todo, la inteligencia artificial (IA) han acabado consolidando un cambio de paradigma. Los robots no vienen a arrebatarnos nada. Al contrario, pueden convertirse en poderosos aliados, en el potenciador idóneo para las capacidades humanas.

Ese es el concepto del que parte el llamado empoderamiento inteligente, un campo de investigación aplicada centrado en diseñar estrategias que combinen de manera óptima el trabajo de personas y sistemas de inteligencia artificial. La regla de oro de los procesos de automatización ha sido siempre que las máquinas liberasen a los seres humanos de tareas rutinarias, repetitivas, extenuantes y que supongan, en general, un innecesario derroche de su tiempo y su talento. La novedad es que el espectro de tareas que una máquina puede ejecutar con precisión se ha ampliado mucho en los últimos años, gracias a los avances registrados en el autoaprendizaje de las inteligencias artificiales (machine learning), el procesamiento de datos, la computación en nube y el internet de las cosas. Y eso ha abierto un mundo de posibilidades inéditas.

 

La trampa de Turing

Cuando en la conferencia de Dartmouth de 1956 empezó a hablarse de la capacidad de las máquinas para emular de manera eficaz la inteligencia humana resultaba muy difícil prever lo muy lejos que se llegaría por ese camino en un lapso de tiempo relativamente breve. Hoy sabemos que tareas que no parecía factible dejar en manos de una máquina (desde conducir un vehículo a jugar una partida de ajedrez o ejercer de anfitrión para los asistentes a un evento), porque requerían cualidades tan humanas como la discrecionalidad o el ingenio, pueden ser asumidas de manera muy eficiente por inteligencias artificiales.

Sin embargo, en opinión del experto en IA de la Universidad de Stanford Erik Brynjolfsson, la voluntad de desarrollar programas que emulen cada vez mejor la inteligencia humana puede resultar contraproducente en algunos casos. Algunos de los sistemas más poderosos son muy distintos a los seres humanos, y es bueno que así sea. Procesarán datos con una precisión y una velocidad insólitas, pero no tienen por qué tomar decisiones complejas de manera completamente autónoma.

En opinión del experto en IA de la Universidad de Stanford Erik Brynjolfsson, la voluntad de desarrollar programas que emulen cada vez mejor la inteligencia humana puede resultar contraproducente en algunos casos.

 

Como su cometido no es sustituir por completo a los seres humanos, sino complementar y potenciar sus capacidades, es lógico que el grado de autonomía de la máquina sea solo relativo, que la supervisión y la capacidad de decisión última quede en manos de una persona. Brynjolfsson ha bautizado esta paradoja como “la trampa de Turing”, en recuerdo al gran pionero británico de la informática, Alan Turing, y su intuición de que la verdadera medida del progreso de la inteligencia artificial sería su capacidad para emular de manera cada vez más exacta el pensamiento humano.

 

Mayor formación, mayor empoderamiento

Para Brynjolfsson, existen dos posibles vías de progreso en la inteligencia artificial y la robótica: la de Turing, que llevada al extremo nos conduciría a un mundo controlado por máquinas autónomas sin apenas intervención humana, y la que sitúa a la persona en el centro. Para Carmen Jordá, responsable de la Oficina de Inteligencia y Prospectiva en Prosegur, esas dos opciones equivalen, con matices, a “la automatización tradicional, concebida como un proceso de sustitución de las personas por máquinas, y a su alternativa, el empoderamiento”. En su opinión, “la segunda vía es la fuerte, la que están explorando ahora mismo las empresas verdaderamente innovadoras y disruptivas”.

Jordá, que también es responsable de Prosegur Research, pone como ejemplo práctico “la aviación moderna”. Los aviones disponen de sistemas tecnológicos cada vez más refinados y eficientes, “pero eso no implica que las compañías aéreas vayan a prescindir de los pilotos”. Al contrario, hoy hay que invertir más que nunca en la formación de estos profesionales, para que sean capaces de manejar con precisión el arsenal tecnológico que disponen. Tal y como destaca Jordá, “aquí se ha aplicado la lógica del empoderamiento, la de la mejora del servicio y la potenciación de las cualidades del ser humano, muy distinta de lo que hubiese sido una simple automatización para reducir costes”.

Lo mismo ocurre con los drones. O con los servicios de vigilancia de Prosegur, que están en plena transición “a un modelo de seguridad híbrida, de interacción eficaz entre hombres y máquinas”, con el vigilante en el centro, pero contando con recursos tan valiosos como las nuevas centrales de observación inteligente (I-SOC).

 

Más imprescindibles que nunca

Jordá cita estudios recientes, como el realizado en 2018 por Brynjolfsson, Mitchell y Rock analizando 950 ocupaciones diferentes, que demuestran que en la mayoría de las empresas modernas resulta imposible, en la práctica, sustituir por completo a los seres humanos: “Se pueden automatizar muchas de sus tareas, pero no aquellas que de verdad resultan cualitativas y estratégicas”. El reto consiste en dotarles de herramientas que les permitan centrarse precisamente en esas tareas, las que marcan la diferencia. “Resulta gratificante para ellos”, añade Jordá, “un estímulo para su creatividad y su proactividad”. Una de las principales ventajas de un uso inteligente de las máquinas es que evita que sean las personas las que se conviertan en máquinas.

Según Andrew Ng, reputado investigador en el Campo de la Ciencia Computacional, “las tareas mentales que una persona común puede realizar en un segundo son las que deberíamos ser capaces de dejar en manos de la IA ahora o en un futuro cercano”. Las que requieren una verdadera reflexión, mejor que las realicen personas. Los seres humanos no sobran. Y no será la tecnología la que los convierta en prescindibles.

 

Cómo organizamos la sociedad, cómo repartimos la riqueza

Para Erik Brynjolfsson, “el desarrollo de la inteligencia artificial va a generar en la próxima década una riqueza sin precedentes”. Eso sí, la distribución de esa riqueza y del poder que conlleva dependerá en gran medida de cómo orientemos este formidable proceso de innovación disruptiva. La simple automatización podría producir sociedades menos equitativas, menos transparentes y peor cohesionadas. El predominio de la estrategia de empoderamiento inteligente, en cambio, podría crear sistemas de IA más robustos y flexibles y trabajadores humanos más capaces, más motivados y más implicados en las cadenas de creación de valor.

En opinión del experto, si el modelo adoptado pone a las personas en el centro, los futuros desarrollos tecnológicos contribuirán a crear muchos más empleos de los que destruyan. Después de todo, el 60% de las actuales profesiones no existían en 1940 y si algo demuestra la evolución de las economías contemporáneas es que los empresarios siempre están dispuestos a contratar a profesionales con capacidades potenciadas por la tecnología, aunque eso implique pagarles mejor.

En el fondo, se trata de una ecuación muy sencilla. Hay tres tipos de tareas que crean valor: las que pueden realizar los seres humanos, las tareas humanas que las máquinas pueden automatizar y las que los humanos pueden asumir con ayuda de las máquinas. El futuro de nuestra actividad económica, nuestros entornos laborales y nuestras sociedades en su conjunto va a depender sobre todo de la evolución a medio y largo plazo de ese tercer tipo de tareas.