Tendencias 2023: el medioambiente como elemento desestabilizador de la seguridad global

La apertura de nuevas rutas marítimas, la inestabilidad en zonas convulsas o la deforestación creciente en América Latina son algunos fenómenos asociados al cambio climático que tendrán un impacto notable en la seguridad.

El desafío climático es, sin ningún género de dudas, uno de los grandes retos a los que se enfrentan nuestras sociedades tanto a corto como a medio y largo plazo. Aunque en los últimos años se ha conseguido crear una serie de instrumentos eficaces para hacer frente a este reto, fruto de una serie de compromisos internacionales de arquitectura muy compleja, los analistas coinciden en que resulta imprescindible renovar los esfuerzos si se quiere alcanzar el objetivo mínimo fijado por Naciones Unidas: que el aumento medio de temperaturas con respecto a la era preindustrial no supere los 1,5 grados.

De acuerdo con Prosegur Research, la evolución del reto medioambiental es una de tendencias de amplio espectro que van a condicionar la seguridad a todos los niveles, desde el individual, el urbano y el empresarial al planetario, pasando uno a uno por todos los países.

“Aunque no puede establecerse una relación directa de causa-efecto entre los problemas medioambientales y el incremento de la violencia o la inseguridad, sin duda se trata de un facilitador, incluso un potenciador de efectos como los conflictos por los recursos, las crisis alimentarias o las migraciones forzosas”, apunta Carmen Jordá, responsable de Inteligencia y Prospectiva en Prosegur Research. De hecho, los riesgos medioambientales se catalogan como “sistémicos” porque impacta en ámbitos diferentes y de forma amplificada al interactuar con otros riesgos sistémicos como la fragmentación del poder o la polarización social.

De ahí que, según José María Blanco, manager de Inteligencia y Prospectiva, “el mapa de los países a sufrir impactos es global, pero unos presentan mayor riesgo al asumir las consecuencias climáticas y medioambientales o son más proclives a los delitos ecológicos que otros; y se superpone a menudo con el mapa de los Estados frágiles e incluso en ocasiones con altos índices de criminalidad”.

 

Escalas micro, macro y planetaria

El factor medioambiental, transversal por excelencia, implica consecuencias a escalas macro y micro. Por ejemplo, la descongelación del permafrost en Rusia podría reconfigurar las cadenas globales de suministros al abrirse al norte nuevas rutas terrestres y navegables. El aumento de las temperaturas y la desertificación podría enconar conflictos presentes o latentes como la disputa de Sudán, Etiopía y Egipto por el acceso al agua del Nilo tras la construcción de la presa del Renacimiento; entre Siria e Irak por el río Éufrates; o en el Sahel si continúa mermando el lago Chad.

Otro ejemplo de riesgos entrecruzados es un país como Nigeria, donde numerosos grupos armados disputan el control territorial y social al Estado, si a los posibles efectos del cambio climático se suma su anunciada bomba demográfica. También se replica ese tipo de impactos a escala micro, “por ejemplo en las crisis por inundaciones, sequías o desecación de ríos tanto en pueblos manchegos o valencianos como chilenos”, explica Elena Labrado, periodista y analista de Inteligencia.

Si el riesgo medioambiental es global por definición —un efecto mariposa del clima donde la contaminación en India ha golpeado a Somalia, explica Labrado—, ningún territorio se libra de la amenaza. Así, Europa sufriría nuevas oleadas migratorias, además de consecuencias directas o indirectas como la propia desertificación del sur, con su derivada en la caída de la productividad agrícola, cortes en las cadenas de suministro y alzas de precios en las materias primas. En este caso, los vasos comunicantes entre riesgos podrían enconar extremismos y populismos, además de la criminalidad sobre todo en los países más vulnerables.

 

Aumento de los delitos ecológicos

Por un lado, la degradación climática puede retroalimentar la criminalidad organizada, y al mismo tiempo esta “multinacional del mal”, como la define Blanco, multiplica su daño medioambiental a través de sus negocios. El daño de los cultivos de coca, el procesamiento y su fumigación es conocido, pero en los últimos años crecen otros delitos como la deforestación por el tráfico de maderas exóticas —Jordá comenta los importantes esfuerzos y avances de los cuerpos de seguridad españoles en identificar el tráfico ilegal de flora y fauna silvestre, como el empleo de inteligencia artificial para contrastar los materiales declarados con los reales a través del escaneo rápido de muestras de madera en puertos o aeropuertos— o la minería ilegal en África y Latinoamérica. Han llegado incluso a aprovechar las donaciones internacionales por un desastre natural, como un huracán catastrófico, para blanquear dinero ilícito.

Esta enrevesada madeja de causas y efectos hace complicado prever su evolución a la larga. Algunas circunstancias son agravantes, por ejemplo, el cortoplacismo que impide una planificación sostenida, la prioridad de los emergentes por el desarrollo económico, la escasez de criterios profesionales fundados en la toma de decisiones o la inercia de destinar presupuesto y deuda a paliar los efectos a posteriori en vez de a una estrategia preventiva.

Además de una mayor conciencia social que presione cambios políticos y económicos más profundos, otro factor positivo serían las tecnologías exponenciales que se potencian entre sí —como los riesgos sistémicos de la seguridad—.

Labrado explica que “vivimos un periodo de transición entre una vieja mentalidad que no termina de morir y una nueva que no terminará de cuajar hasta que las nuevas generaciones ocupen puestos de poder”. Además de una mayor conciencia social que presione cambios políticos y económicos más profundos, otro factor positivo serían las tecnologías exponenciales que se potencian entre sí —como los riesgos sistémicos de la seguridad—: desde la capacidad del análisis big data y cuántico a la IA aplicada a la productividad agrícola, la captura de CO2 y de agua a partir de la humedad ambiental o el salto en generación energética que sugieren los hitos recientes en fusión o geotermia. 

Sin duda, frenar esta situación demandará mayores competencias ciudadanas como el pensamiento crítico o la resolución de problemas complejos, que hacen reivindicar de forma legítima y pacífica cambios en instituciones y empresas en favor de la protección del medioambiente, como ya está ocurriendo.

Estas competencias humanas son las que nos han permitido responder ante crisis sanitarias con importantes avances científicos, las que están impulsando un desarrollo tecnológico exponencial y convergente sin precedentes y, sin duda, las que nos llevarán a desafiar el reto climático al que nos enfrentamos.